
“La educación especial,
tal como se la concibe actualmente,
es un absurdo”
Maud Mannoni
¿Qué alumno espera la escuela especial? ¿Es posible que la escuela para ciegos, sordos o con discapacidad intelectual esperen a niños con esa discapacidad negando o poniendo entre paréntesis la dimensión subjetiva?
¿Por qué la dificultad, esa característica diferente, sepulta las verdaderas diferencias que tiene que ver con la historia, el inconsciente singular y la particular manera que éste tiene de manifestarse?
En su libro, “¿Discapacidad? Una mirada a la escena de la Educación Especial”, Liliana González propone algunas reflexiones.
Ø El rechazo a todo lo estandarizable para poder así, aceptar el desafío de encontrarse con lo particular, único e irrepetible de cada sujeto.
Esto no implica negar la discapacidad, sino hacer hincapié en lo que sí puede para que circule algo de lo que aparece petrificado.
La única manera de ayudar al sujeto especial a construir su lugar en el mundo es que se produzca un corrimiento de esa posición de imposibilidad que a manera de condena le viene desde afuera, para ir buscando desde adentro lo que puede hacer – siendo.
Ø El terminar con el prejuicio de que en la Escuela Especial hay que enseñar lo mismo que en la escuela común pero más lento y apelando a la repetición y al condicionamiento. No es un problema de ritmo (aunque puede existir) sino una diferente manera de aprender.
Ese es el desafío, producir un encuentro entre un contenido atractivo para el alumno y la especial manera que él tendrá de abordarlo según su dificultad, por un lado y las funciones preservadas, por otro.
Ø El cambio acerca de la modalidad de evaluación. Las acciones tendientes a acreditar conocimientos tendrán que ser singulares. Se hace necesario apuntar al proceso de aprendizaje y no al producto.
Nacer con una discapacidad o contraerla después no incluye una programación de vida. La vida se construye… “se hace camino al andar” y la escuela debe ofrecer más de un sendero.
El acercar el aprendizaje a la vida, la vida al aprendizaje.
Que no importe la caligrafía, si se aprende a escribir una carta a un amigo.
Que no importe la dificultad lectora si se tiene deseo de leer.
Que no importe la defectuosa pronunciación si se pueden encender las ganas de estar y comunicarse con el otro.
Que no importe lo que halaga narcisísticamente al docente o a los padres sino lo que el alumno pueda reconocer como efecto de sus acciones, de sus búsquedas…
¿Cómo se sitúa frente al hecho de aprender un niño o un adolescente que siempre es visto sólo desde sus dificultades?
¿Cómo vivenciar el placer de aprender si se lo enfrenta cotidianamente a conflictos cognitivos que lo exceden?
¿Cómo favorecer la apropiación de contenidos que le permitan seguir creciendo?
Pensar la Escuela Especial como un lugar para Ser y Aprender, es señalar que si no está constituido el ser no hay aprendizaje posible. Se pueden repetir automáticamente contenidos, pero si no hay ahí un Sujeto que los abroche, que los torne significativos para su vida, no hay aprendizaje.
La escuela debería evitar rótulos y condenas, hace falta que la institución esté preparada para ser interpelada, sacudida, sin por ello reaccionar con intolerancia, silenciando la palabra o el gesto de quien se aparta de lo esperado.
El sujeto debería encontrar en la escuela un lugar donde no se repitan los mismos esquemas institucionales que lo privaron de una palabra propia y lo relegaron a la identidad de un diagnóstico.
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