martes, 3 de febrero de 2009

La escuela especial, lugar para ser y aprender

“La educación especial,
tal como se la concibe actualmente,
es un absurdo”
Maud Mannoni


¿Qué alumno espera la escuela especial? ¿Es posible que la escuela para ciegos, sordos o con discapacidad intelectual esperen a niños con esa discapacidad negando o poniendo entre paréntesis la dimensión subjetiva?
¿Por qué la dificultad, esa característica diferente, sepulta las verdaderas diferencias que tiene que ver con la historia, el inconsciente singular y la particular manera que éste tiene de manifestarse?

En su libro, “¿Discapacidad? Una mirada a la escena de la Educación Especial”, Liliana González propone algunas reflexiones.

Ø El rechazo a todo lo estandarizable para poder así, aceptar el desafío de encontrarse con lo particular, único e irrepetible de cada sujeto.
Esto no implica negar la discapacidad, sino hacer hincapié en lo que sí puede para que circule algo de lo que aparece petrificado.
La única manera de ayudar al sujeto especial a construir su lugar en el mundo es que se produzca un corrimiento de esa posición de imposibilidad que a manera de condena le viene desde afuera, para ir buscando desde adentro lo que puede hacer – siendo.

Ø El terminar con el prejuicio de que en la Escuela Especial hay que enseñar lo mismo que en la escuela común pero más lento y apelando a la repetición y al condicionamiento. No es un problema de ritmo (aunque puede existir) sino una diferente manera de aprender.
Ese es el desafío, producir un encuentro entre un contenido atractivo para el alumno y la especial manera que él tendrá de abordarlo según su dificultad, por un lado y las funciones preservadas, por otro.

Ø El cambio acerca de la modalidad de evaluación. Las acciones tendientes a acreditar conocimientos tendrán que ser singulares. Se hace necesario apuntar al proceso de aprendizaje y no al producto.

Nacer con una discapacidad o contraerla después no incluye una programación de vida. La vida se construye… “se hace camino al andar” y la escuela debe ofrecer más de un sendero.
El acercar el aprendizaje a la vida, la vida al aprendizaje.

Que no importe la caligrafía, si se aprende a escribir una carta a un amigo.
Que no importe la dificultad lectora si se tiene deseo de leer.
Que no importe la defectuosa pronunciación si se pueden encender las ganas de estar y comunicarse con el otro.
Que no importe lo que halaga narcisísticamente al docente o a los padres sino lo que el alumno pueda reconocer como efecto de sus acciones, de sus búsquedas…

¿Cómo se sitúa frente al hecho de aprender un niño o un adolescente que siempre es visto sólo desde sus dificultades?
¿Cómo vivenciar el placer de aprender si se lo enfrenta cotidianamente a conflictos cognitivos que lo exceden?
¿Cómo favorecer la apropiación de contenidos que le permitan seguir creciendo?
Pensar la Escuela Especial como un lugar para Ser y Aprender, es señalar que si no está constituido el ser no hay aprendizaje posible. Se pueden repetir automáticamente contenidos, pero si no hay ahí un Sujeto que los abroche, que los torne significativos para su vida, no hay aprendizaje.
La escuela debería evitar rótulos y condenas, hace falta que la institución esté preparada para ser interpelada, sacudida, sin por ello reaccionar con intolerancia, silenciando la palabra o el gesto de quien se aparta de lo esperado.
El sujeto debería encontrar en la escuela un lugar donde no se repitan los mismos esquemas institucionales que lo privaron de una palabra propia y lo relegaron a la identidad de un diagnóstico.

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Proyecto Derechos, NO Favores

“A los desharrapados del mundo y a quienes, descubriéndose en ellos, con ellos sufren y con ellos luchan”
Paulo Freire


La vida en la comunidad en el marco de un estado de derecho, se organiza bajo los principios de igualdad y libertad. La igualdad ante la ley no puede depender de ningún tipo de condición personal o social. Sin embargo, las personas con discapacidad, como sujetos de la sociedad, sólo recientemente han comenzado a reclamar un tratamiento que las incorpore a ese modelo de organización social.
Las personas que presentan algún tipo de discapacidad tienen talentos y habilidades, así como necesidades especiales. Son ciudadanos de su país, y como tales piden los mismos derechos que los demás. Tienen derecho a la igual participación e inclusión en la sociedad y a la no discriminación. Son DERECHOS, NO FAVORES.
El acceso a la educación, la cultura, la formación profesional, el trabajo, el ocio y, en definitiva, la participación social, no se produce en condiciones de igualdad y libertad para las personas con discapacidad. Si bien mucho se ha hecho en torno a legislar para modificar esta situación, su cumplimiento efectivo es hoy una utopía.
Los factores contextuales que afectan a la discapacidad y que son un problema de la sociedad y no de la persona con discapacidad, limitan extraordinariamente las posibilidades de participación de estas personas y les impiden alcanzar niveles de calidad de vida que son habituales para otras personas sin discapacidad. El sujeto que presenta alguna deficiencia o del que tal cosa se dice por parte del que tenga voz para hacerlo es etiquetado administrativamente y socialmente, “profecía que se cumple a sí misma”.
La posición en que es colocado y la imagen que se devuelve condicionan el proceso de construcción personal del sujeto, el cual de una u otra manera puede asumir el rol que se le ofrece y las connotaciones del mismo.
Las personas con discapacidad resultan ser veteranas víctimas y testigos de una exclusión social que afecta de forma cada vez más masiva y sistemáticamente a más y más personas y colectivos. Exclusión que mutila a la familia humana y corta los nexos de interdependencia que la constituye como tal.
Una de las expresiones utilizadas con frecuencia en relación con las personas con alguna discapacidad es no puede. Si entendemos que no hay un modo normal de hacer las cosas, esas palabras no tienen cabida. Las únicas limitaciones reales que tiene la persona son las que le son impuestas. En tal sentido, las limitaciones son creadas por la sociedad más que por la discapacidad.
Si se le dice a una persona discapacitada que está limitada, le resulta más fácil aceptarlo, creerlo y comportarse como si eso fuera cierto, en lugar de intentar demostrar lo contrario. La superación de la presente crisis no es tarea de un héroe salvador, ni es tarea que pueda postergarse hasta haber superado las “urgencias” (hambre, salud, violencia, adicciones…) Ellas son los síntomas inevitables del problema, y ellas son también las mejores oportunidades de aprendizaje, tal vez las únicas oportunidades de aprender a registrar y resolver el problema que las provoca y que tiene la exclusión como una de sus causas.
El proceso de cambio de un sistema que excluye personas, supone la inclusión de esas personas excluidas, el reconocimiento de su lugar, como co – protagonistas, durante la ideación, la formulación y la implementación de esos cambios, de modo que la experiencia misma no resulte una nueva exclusión.
También supone la revisión de actitudes, normas y lenguajes desde los cuales los problemas son percibidos, sentidos y narrados como carencias de los demás; las causas son visualizadas como fatalidades naturales y las soluciones como providencias, heroísmos individuales o incumbencias de otros. Dicha revisión posibilita un cambio de enfoque, de percepción de sí mismo y del otro, y un primer atravesamiento hacia el “nosotros”, por parte de las personas actualmente excluidas y de las personas que encarnan las actuales instituciones. La exclusión es, en efecto, y simultáneamente: de uno mismo, del otro y del nosotros.
El reconocimiento en uno mismo y en el otro de singulares inteligencias, de singulares intereses, deseos, necesidades, gustos, puntos de vista, historias… nos permite registrar los diversos enfoques con los cuales cada uno puede arrojar luz propia a la vida compartida. Y nos permite, sobretodo, registrar – reconocer gratamente, ese resplandor que acontece del cruce de miradas simultáneas y desde tan diversos ángulos, alumbrando aquellos aspectos en los cuales ninguno aisladamente hubiese reparado.
Cuando la reciprocidad es el camino, no sólo aprendemos a modificar el mundo de las cosas, también se re – genera nuestro ser; cada uno descubre algo que no sabía de sí mismo y que en verdad “no era” sin los otros. (IVERN, ALBERTO. “Hacia una pedagogía de la reciprocidad”. Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2004)

“Es hora de que las personas con discapacidad dejen de ser consideradas invisibles, ya que la discapacidad debe aceptarse como un elemento más de la diversidad humana”
(Declaración de Madrid, 2002, Consenso Europeo sobre Discapacidad).

Autor Mejicano, Mensaje Universal