
Del Niño al Sujeto
¿Es distinto decir niño, alumno, sujeto?
La respuesta a este interrogante marca la posición ética con la que se aborda la práctica con esos niños.
La primera distinción a hacer es entre el niño de ficción y el niño real, entre aquel que se define en la teoría y el que aparece en la escuela. No desestimamos el valor de la teoría. Sin la Psicología Evolutiva y su descripción del niño, no podríamos interrogarnos sobre por qué un niño en dificultades se aleja tanto de lo esperado.
¿Qué le pasa a Pedro, con sus ocho años (etapa del pensamiento operatorio, de la salida del egocentrismo hacia los lazos sociales) pegado a las polleras de su madre y llorando en el patio del colegio?
¿Y dónde está la respuesta? Ni en los libros ni en las disciplinas. La respuesta está en Pedro. Sólo él sabe por qué le pasa lo que le pasa pero cree no saberlo, pues se trata de un saber de otro orden, del orden del inconsciente.
¿Y cuál es el camino para llegar a él?
Durante mucho tiempo se pensó que había que acopiar datos, administrar test, para llegar lo más rápido posible a un diagnóstico y ponerle nombre a la sintomatología.
El impacto del Psicoanálisis, con el descubrimiento del inconsciente fue destituir saberes cerrados, certezas. Nos invita a considerar las cuestiones diagnósticas evitando condenas y veredictos.
Alfredo Jerusalinsky dice: “En la antigüedad se arrojaba a los discapacitados del monte Taigeto. Hoy, en nombre de la ciencia suele trabajarse de sepulturero, arrojando al discapacitado a un vacío de significación desde las alturas de la ciencia.”
Si el diagnóstico sepulta al niño, si nada se puede decir más allá del síndrome; si su historia se reduce a un inventario de consultas, informes, pronósticos y tratamientos, en nombre del avance científico, estaríamos reproduciendo lo que los antiguos griegos hacían desde la más cruel ignorancia.
Volviendo a la pregunta central: ¿niño, sujeto, alumno?
Además de reconocer en el niño una entidad bio – psico - social, es importante señalar que el niño es un entramado de significantes: está hecho de palabras, palabras que lo esperan aun antes de nacer.
Nace en una cuna de significantes: … será nena… será varón … será médico … será…
Llamamos significantes a lo que proveniente del inconsciente en forma de síntomas, lapsus, sueños o palabras, circulan, se repiten y atraviesan la estructura familiar. El infante entabla una relación con esos significantes que puede ir desde la más ciega repetición hasta la “batalla” por modificarlos.
El nacimiento de un niño no asegura que allí se pueda constituir un Sujeto. Para que ello suceda es imprescindible la presencia de Otro que lo “sujete” a un deseo. Ese Otro que representa las estructuras del lenguaje y la cultura, debe ofrecer al niño un campo en el que circule el deseo de vida, no sólo biológica sino especialmente simbólica.
¿Es distinto decir niño, alumno, sujeto?
La respuesta a este interrogante marca la posición ética con la que se aborda la práctica con esos niños.
La primera distinción a hacer es entre el niño de ficción y el niño real, entre aquel que se define en la teoría y el que aparece en la escuela. No desestimamos el valor de la teoría. Sin la Psicología Evolutiva y su descripción del niño, no podríamos interrogarnos sobre por qué un niño en dificultades se aleja tanto de lo esperado.
¿Qué le pasa a Pedro, con sus ocho años (etapa del pensamiento operatorio, de la salida del egocentrismo hacia los lazos sociales) pegado a las polleras de su madre y llorando en el patio del colegio?
¿Y dónde está la respuesta? Ni en los libros ni en las disciplinas. La respuesta está en Pedro. Sólo él sabe por qué le pasa lo que le pasa pero cree no saberlo, pues se trata de un saber de otro orden, del orden del inconsciente.
¿Y cuál es el camino para llegar a él?
Durante mucho tiempo se pensó que había que acopiar datos, administrar test, para llegar lo más rápido posible a un diagnóstico y ponerle nombre a la sintomatología.
El impacto del Psicoanálisis, con el descubrimiento del inconsciente fue destituir saberes cerrados, certezas. Nos invita a considerar las cuestiones diagnósticas evitando condenas y veredictos.
Alfredo Jerusalinsky dice: “En la antigüedad se arrojaba a los discapacitados del monte Taigeto. Hoy, en nombre de la ciencia suele trabajarse de sepulturero, arrojando al discapacitado a un vacío de significación desde las alturas de la ciencia.”
Si el diagnóstico sepulta al niño, si nada se puede decir más allá del síndrome; si su historia se reduce a un inventario de consultas, informes, pronósticos y tratamientos, en nombre del avance científico, estaríamos reproduciendo lo que los antiguos griegos hacían desde la más cruel ignorancia.
Volviendo a la pregunta central: ¿niño, sujeto, alumno?
Además de reconocer en el niño una entidad bio – psico - social, es importante señalar que el niño es un entramado de significantes: está hecho de palabras, palabras que lo esperan aun antes de nacer.
Nace en una cuna de significantes: … será nena… será varón … será médico … será…
Llamamos significantes a lo que proveniente del inconsciente en forma de síntomas, lapsus, sueños o palabras, circulan, se repiten y atraviesan la estructura familiar. El infante entabla una relación con esos significantes que puede ir desde la más ciega repetición hasta la “batalla” por modificarlos.
El nacimiento de un niño no asegura que allí se pueda constituir un Sujeto. Para que ello suceda es imprescindible la presencia de Otro que lo “sujete” a un deseo. Ese Otro que representa las estructuras del lenguaje y la cultura, debe ofrecer al niño un campo en el que circule el deseo de vida, no sólo biológica sino especialmente simbólica.
GONZALEZ, LILIANA. “¿Discapacidad? Una mirada a la escena de la Educación Especial”
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